Por Rosemary Atri

La palabra “somático” ha empezado a permear el lenguaje de yoga, y con ello, corre el riesgo de convertirse en sustantivo, en clasificación o en título. Con frecuencia, la forma en que usamos nuestro lenguaje facilita la congelación de conceptos, interrumpiendo su potencial evolutivo, precisamente por que fácilmente nos precipitamos a clasificar, encuadrar y poner etiquetas.

Con ello me refiero a que, cuando traemos el concepto de somático al territorio del yoga corremos el gran riesgo de convertir esta visión y este lenguaje corporal en un estilo más, o en algo que diferenciamos tan radicalmente del yoga que lo incluiremos al principio o al final de la clase, estableciendo una línea clara, entre practicar yoga y utilizar algo somático durante las sesiones de enseñanza.

Para enmarcar un poco el significado de somático, veremos que este concepto nace dentro del lenguaje occidental, y podemos referirnos a él a partir de Thomas Hanna, quien utiliza la palabra somático para decirnos que dado que el cuerpo vivo es un cuerpo en movimiento, lo más importante de la vida es reconocernos como sistemas individuales, organizados y coordinados y en permanente expresividad.

La intromisión inesperada de ¨ lo somático ¨ en el mundo de yoga parece haber nacido de una gran necesidad, la de darle nueva vida al lenguaje de movimiento que utilizamos como practicantes de yoga, comprende una rendija que se abrió sorpresivamente para darnos un respiro renovado que nos permita, a los interesados en el poder del movimiento, seguir manteniendo abierta nuestra curiosidad y seguir evolucionando en el sentido expresivo de la práctica y el impacto que ello produce en nuestras vidas.

Solemos llamarnos a nosotros mismos yoguis, como si ya fuéramos consagrados practicantes, y nos hemos olvidado de que en realidad somos sadhakas, que significa ser aspirantes. A mi me parece grandioso seguirme considerando una aspirante, alguien que reconoce que se encuentra en una permanente búsqueda evolutiva. Me gusta más verme como peregrina, que como habitante y como colonizadora del territorio yóguico.

Me satisface ver a mi práctica como un laboratorio donde el conocimiento no es un lugar, sino un camino, es más, un espacio susceptible a la generación de una experiencia que se transforma todo el tiempo, en donde se pueden entretejer conocimiento y renovación.

La sabiduría corporal no es un lugar seguro, por el contrario, el cuerpo quiere ser libre, ama vivirse a sí mismo como territorio de la experiencia, le gusta expresarse, pues es la curiosidad la que motiva a nuestro movimiento, desde nuestro nacimiento. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, el cuerpo corre el riesgo de ser olvidado, de ser domesticado, de tener que acatar discursos y de someterse a la disciplina.

Si comprendemos ¨lo somático¨ nos daremos cuenta que es una oportunidad extraordinaria para permitirnos ver que que aquello que llamamos ¨ hacer yoga ¨ no comprende lograr posturas, por el contrario, es ver en las ¨posturas¨, todo el potencial de movimiento que podemos explorar para saborear que estamos vivos todo el tiempo.

Si bien la generación de practicantes de yoga anterior a la actual, tuvo un encuentro seductor con las formas de yoga y navegó la gran fascinación de lograr un repertorio exquisito de posturas, quizás, a esta generación le corresponde ir más allá de las formas para poder preguntarse qué encierra el movimiento en yoga y qué es lo que el yoga puede hacer por nosotros, en lugar de verlo solo como un logro de la forma.

Parecería que una y otra vez, requerimos revitalizar la rebeldía original que dió luz a la práctica de yoga, el anhelo de no tener intermediarios que mediatizarán nuestra relación con lo sagrado, aquí en la tierra.

Queremos comprender al movimiento como potencial expresivo y como riqueza perceptiva para mantenernos vivos, inteligentes, creativos y capaces de discernir a través de todos nuestros sentidos, y así evitar quedar enajenados dentro la vorágine en la que vivimos.

Para ello, es necesario desmantelar la posición jerárquica del maestro, ya que si de verdad nos interesa el yoga y lo somático, es lo relacional lo que cuenta; estamos hablando de adentrarnos en el campo de la escucha, del sentir, de la experiencia que no tiene predeterminado un destino final.

El maestro, en este caso, está al servicio de ofrecer una serie de oportunidades, a través de cada clase, para sentir; es quien abre el espacio de encuentro con uno mismo y con los demás, y sabe que, en realidad, estamos todos al servicio de ser el movimiento mismo, expresándose en sus infinitas posibilidades.

Yoga no es hacer, comprende mas bien soltar, desmantelar los discursos y las doctrinas que nos atrapan, escaparse de la incisiva domesticación que todo el tiempo amenaza con instalarse en nosotros, con las aterradoras consecuencias de limitar nuestra percepción.

La esclavitud contemporánea tiene muchas formas, y una de ellas comprende aceptar hacer, desde el dictado de ese otro que se encumbra como el que encontró la verdad, el camino, las secuencias perfectas, la solución para ser felices; llámese este el maestro, el guía espiritual, el político, o las redes sociales.

Moverse es conmoverse, moverse comprende adentrarse en el espacio de la experiencia para dejar que en nosotros se expanda una y otra vez la vida misma y nos recuerde lo infinita que es la expresión, la curiosidad y el asombro cuando dejamos que sigan manifestándose.