Este es un momento histórico de gran relevancia para la humanidad. La oportunidad de relacionarnos con nosotros mismos, día a día, desde la escucha, la presencia y la inteligencia corporal, presenta un campo de autoconocimiento para el cual estamos listos.
Por muchas generaciones hemos prestado atención fundamentalmente al diálogo mental, hemos colocado en un lugar preponderante al pensamiento lógico y relegado a las sensaciones a un segundo plano. Hemos aceptado el decreto de no darle demasiada escucha a lo que el cuerpo nos comunica, incluso, hemos catalogado a esa escucha o esa atención como una debilidad o complacencia.
Desde pequeños se nos suele decir que no es correcto tocarnos a nosotros mismos, y se nos enseña a catalogar lo que sentimos, mas que a saber que se expresa en lo que sentimos.
Es común que a muy temprana edad tengamos que reconciliar muchas contradicciones entre lo que se nos dice y lo que vemos que pasa en realidad en nuestro entorno familiar, y eso se extrapola otros muy diversos entornos.
Sin embargo, el cuerpo habla antes de que tengamos etiquetas para ponerle nombre a lo que sentimos. Aquello que sentimos nos ofrece constantes reacciones somáticas, corporales. Nos contraemos de tristeza, nos expandimos de dicha, nos sulfuramos de ira, nos relajamos ante el placer.
El cuerpo sabe entrar y salir de todas esas expresiones, a menos que se lo impidas cuando no le das tiempo y escucha para procesarlo.
El cuerpo está creado de tal manera que desde su primera expresión celular sabe de auto-organización porque está vivo, porque es vital y creativo.
Esa auto-organización nunca termina.
Namasté