La vivencia a la que aspiramos a través de nuestra práctica de yoga es la de tener una experiencia que transforme nuestra mirada, la percepción de nosotros en la vida misma. Esta percepción se produce cuando cada postura, entretejida por la conciencia de la respiración, va abriendo en nosotros un campo para la escucha que nos revela un camino de mayor confianza en nosotros mismos, en esa intuición sensorial.
Cuando pensamos menos y a cambio sentimos más, dejamos de activar el nivel de ignorancia que reside en esa expresión reducida de nosotros mismos.
Seguir a nuestra propia energía requiere primero una maestría de la forma, pero después comprende acceder a simplemente sentirnos en movimiento, con curiosidad, compasión y valor para atrevernos a explorar nuevas dimensiones de ser.
Hacer yoga no comprende practicar algo específico, implica liberar, renovar y actualizar la versión limitada que tenemos de nosotros mismos.
Los patrones físicos, mentales y energéticos que adoptamos por múltiples razones físicas, emocionales y con frecuencia traumáticas, echan raíces profundas en nuestra anatomía. Usamos ciertos músculos una y otra vez, mientras otros están profundamente olvidados.
El asunto no es el uso o desuso de los mismos, sino la funcionalidad disminuida o incluso perdida. No se trata de fortalecer músculos sin la conciencia de como se comunican entre sí. Nuestra anatomía no es linear; por el contrario es compleja, es espiral, se expresa como una red que mantiene una organización jerárquica.
Comprender nuestra anatomía vivencialmente, comprende dar mayor importancia a la percepción y a la sensación, que a la apariencia.
Resulta mas valioso explorar que acontece en nuestras sensaciones, emociones y forma de movernos y así poder observar y comprender el lenguaje que expresamos.
Si el cuerpo se acostumbra a vivir en modo sobrevivencia, nuestro sistema nervioso dirigirá sus recursos a procesos metabólicos que sobreutilizan a los músculos, como si necesitaramos huir permanentemente, sin encontrar el camino de regreso a estados de calma y recuperación.
Es como si dejáramos de estar en casa para monitorear al sistema. Cuando sucede eso, empiezan a aparecer los dolores, los desequilibrios emocionales y el agotamiento físico.
Utiliza tu práctica para sentir en que partes de tu cuerpo vives plenamente, y de cuales te has ausentado y utiliza tu fuerza vital para regresar a ti.