Muchas personas consideran que el propósito de la vida es la felicidad. Existen miles de recetas y libros sobre cómo ser felices y no cabe la menor duda que ver un título así nos invita a acercarnos. Incluso creo que es tentador poner a prueba algunas de las sugerencias que escuchamos o leemos.

Hace tiempo, un estudiante me dijo, que en realidad, no le interesaba la iluminación, ni nada que tuviera que ver con profundidad espiritual, sino que se había acercado a la práctica de yoga en búsqueda de la felicidad, ya que ésta, hasta ahora le había eludido.

Una descripción de diccionario, sobre felicidad es:

“Un estado que se caracteriza por el deleite y la satisfacción, un reconocimiento de que la vida es buena”

En general, asociamos la felicidad con obtener las cosas buenas de la vida, con tener buenas relaciones y con tener éxito profesional. Y si bien esto puede ser satisfactorio, no deja de ser una descripción que nace de lo externo hacia lo interno.

Cuando reflexionamos sobre la felicidad desde una perspectiva espiritual, lo mas relevante es que la felicidad no es una meta, pues todos sabemos que, aunque es satisfactorio lograr cosas que deseamos, nuestra felicidad no depende, a la larga de ello.

Un ejemplo significativo es la práctica de la meditación. Si meditamos con la expectativa de lograr algo durante el proceso, nos damos cuenta que justo ahí es donde perdemos el sentido de la práctica.

La felicidad no depende tanto de lograr algo, sino de ver que obstaculiza ese estado al que llamamos felicidad. Y uno de los mayores obstáculos para ser felices, es partir de la idea de que:

“merecemos ser felices”

ya que ello nos lleva a vivir en constantes fantasías de futuros imaginados.

Otro gran obstáculo es lamentarnos sobre nuestro pasado, es decir vivir en nuestra cabeza, en lugar de vivir en la experiencia directa del momento presente. Eso nutre a la mente “pequeña”, esa mente centrada en uno mismo que por consiguiente se habitúa al juicio constante.

Cuando nuestro natural instinto de sobrevivencia, seguridad y control, así como nuestra aversión a lo incómodo, pasan a ser tan dominantes, vuelven a nuestras mentes adictivas al placer y a la diversión, pero igualmente la vuelven adictiva a la lamentación y al sufrimiento.

Cuando podemos ir mas allá de estas formas de seducción que provocan patrones paradójicos de conducta, descubrimos que es mas importante poner nuestra atención en observar que es lo que obstaculiza nuestra felicidad.

El esfuerzo primordial que tenemos que realizar, consiste en estar presentes, para poder observar que se interpone entre nosotros y un auténtico estado de felicidad. Ofrecer nuestra atención a la vida misma fluyendo, nos vuelve generosos, ya que nos invita a mirar más a nuestro alrededor, y no sólo a una meta u objetivo; cambiamos el foco de lo externo a lo interno.

Sabernos parte de la vida, en lugar de pensar que la vida es nuestro territorio personal de satisfacción, es un cambio de visión muy poderoso y transformador.

Te invito a que, en lugar de preguntarte ¿qué me hace feliz en este momento? Te preguntes ¿qué significa estar despierto a mi ser auténtico en este momento, en que me reconozco como la vida misma?

Haz de esta pregunta, de esta reflexión, una práctica cotidiana y verás como con ello, fomentas la conexión y la ecuanimidad ante las diversas experiencias de vida, para ir pavimentando el camino hacia una vida plena y auténtica.